27 de enero de 2013

Una sonrisa con mil historias.

Doce meses, trescientos sesenta y seis días. El tiempo pasa mucho más rápido que los sentimientos y debemos hacernos a la idea cuando antes por muy duro que sea.
En todo este tiempo he conseguido darme cuenta de que aquel 26 se fue parte de mí con ella, de que por las mañanas me cuesta más levantar y por las noches no puedo evitar recordar dos o tres de los miles momentos que nos dio; una sonrisa, un abrazo, palabras, sorpresas, simplemente su forma de ser.
"El tiempo cura las heridas", eso dicen, bajo mi punto de vista hay vacíos que nadie podrá volver a llenar nunca, por mucho tiempo que pase. Este tiempo también me ha enseñado que las fechas no son las culpables, que las verdaderas enemigas son las noches, sobretodo esas noches en las que incluso tu propia habitación te ahoga.
Lo duro es despertar y saber que un día más no verás su sonrisa ni escucharás aquella carcajada tan peculiar, que al volver del colegio no habrá nadie que vaya corriendo a darte un beso de esos de bebé, que antes de dormir no te arropará hasta las orejas ni te dirá que sueñes con cosas bonitas, que ella se lleva las cosas malas desde su cuarto y que tampoco verás como antepone todo por verte feliz porque todo eso se me ha ido, nadie sabe cómo ni a dónde pero se ha ido.



Tras este duro año nos toca asimilar cada día un poquito más todo esto y darnos cuenta de que tenemos que disfrutar de todo lo que tenemos antes de que sea demasiado tarde, que ya habrá tiempo para arrepentirse.

Una vez más, TE QUIERO como solo una hija puede hacerlo.
HONOLULU.

7 de enero de 2013

Una lágrima se ahorcó, harta de tanto llorar.

Hola.
¿Recuerdas cómo era nuestra Navidad?
Sí, era esa que empezaba en el puente de diciembre, cuando poníamos el árbol y todos los adornos. Eran esos días en los que nos juntábamos todos para ser un poquito más felices de lo que ya eramos. Era la mejor época del año, las calles olían a ilusión y nuestras sonrisas eran incluso más anchas.
Lo teníamos todo.



Dicen que las cosas cambian y que la felicidad absoluta no existe o al menos no está al alcance de cualquiera. Realmente no soy quién para creerlo, yo solo sé que entonces solo me preocupaba por afinar villancicos y pasarlo bien.

De lo que sí que estoy segura es de que las cosas han cambiado mucho y no precisamente para bien. Los más mínimos detalles nos hacen hundirnos, incluso nos tiembla la voz al hablar de ello. A pesar de eso, muchas veces es justamente eso lo que necesitamos, hablar y no tratar de distraernos como solemos hacer.

En cualquier caso ya nada es ni será como antes y más nos vale irnos acostumbrando a esta nueva rutina en la que las buenas sorpresas y buenas personas sean la base; ya no vale eso de confiar en cualquiera.

Sobretodo saber que están a nuestro lado desde donde quiera que estén es lo único que debemos recordar.